Me encontraba encerrado junto a otros desconocidos en una jaula para osos abandonada en mitad de un bosque. La jaula estaba abierta, sin embargo no podíamos escapar. Nos vigilaba nuestro captor: una mujer, unas veces con apariencia humana, otras con apariencia de oso. Hablaba como un humano, pero tenía la fuerza y la actitud de un gran oso. Además, varios osos salvajes la obedecían.
Los allí encerrados éramos tratados como oseznos débiles que jamás llegarían a ser adultos, por eso no nos respetaban y sufríamos su ira. A menudo, éramos zarandeados, lanzados e incluso, algunos con menos suerte, eran despedazados por ella o por los demás osos sin contemplación.
En un momento dado, yo escalaba una de las vallas de la jaula para evitar una paliza. La mujer-oso zarandeó la valla con la fortuna de que caí al otro lado del recinto. Ella se jactaba de que en cualquier momento me cogería y me destrozaría, ya que en otras ocasiones alguien había tratado de escapar y le había dado caza enseguida. A pesar de todo, eché a correr. Esta vez era distinto.
En mi frenética carrera por mitad del bosque miré atrás para ver cuánto tiempo quedaba hasta que me alcanzasen. Lo que en un principio creí que era un oso pardo persiguiéndome, a medida que se acercó, descubrí que se trataba de un gran felino, una especie de puma. Cuando llegó a mi altura no me atacó, se limitó a correr a mi lado. Junto a él apareció un hombre de avanzada edad, con una poblada barba gris. Portaba una pequeña planta o raiz de color blanco. Me dijo que estaba allí para ayudarme y que cuando nos topásemos con la pared "zaína" me explicaría cómo podría escapar. Mientras tanto, los gritos de la mujer-oso seguián escuchándose a nuestra espalda.
De repente, en mitad del bosque, me encontré de frente con un gran muro de ladrillo rojo y unas extrañas manchas oscuras. Junto a él, un enorme precipicio de piedra blanca. Entonces el hombre desapareció, pero en mi cabeza seguía escuchando su voz: "parte la raiz en dos pedazos; uno se lo darás de inmediato al puma para que no te devore, y el otro lo lanzarás al precipicio justo antes de lanzarte tú. El puma te salvará". Hice todo tal y como él me dijo, y al lanzarme al vacío, el puma se lanzó conmigo, colocándose debajo de mí para que cayese sobre él. Aterrizó gracilmente, como un gato, y a mí no me pasó nada. Ya abajo, el puma comió el pedazo de raiz que había lanzado. El lugar era una especie de zoo totalmente desierto. Juntos, traspasamos una puerta muy muy estrecha, de color blanco. Al traspasarla, dejé de oir los gritos de la mujer-oso. Comprendí entonces, que ninguno de nuestros perseguidores podría traspasar nunca aquella barrera.