El tráfico empezó a hacerse denso al mismo ritmo que el ambiente. Máquinas y humanos en condensación se hacen tan repugnantes y nocivos como el fosgeno. La tragedia se mascaba a dentelladas tan descarnadas como la propia mandíbula del animal, destripado, en mitad de la carretera. Aún palpitante, aún caliente, se presentó como una cuchilla bien fría y afilada ante mi mirada. Otras, más ávidas de carne "racional", quedaron aliviadas, incluso divertidas. La mía quedó empañada. Mis oídos, ensordecidos por millones de lamentos que desde tiempos remotos nunca han sido escuchados. La carne se eriza, como queriendo estar más cerca de aquel, ahora despojo, antes digno ser. Y es que mi carne se sintió más ligada a aquellos Restos, que al resto de "restos" encerrados en metal, plástico y cristal, aislados del olor a sangre, a vida y a muerte. Jamás había olido un hedor tan pestilente. No era el del animal recién muerto, era el de la humanidad que Le rodeaba.
lunes, 26 de marzo de 2012
Suscribirse a:
Entradas (Atom)