lunes, 9 de abril de 2012

La esperanza del soldado desahuciado


Siendo consciente, despierto, ¿a quién le han escocido tristezas, ha padecido quebrantos o ha degustado placeres tan intensos como en sueños? De día, jamás fui cegado por semejante fulgor. Caminando, nunca tropecé con un hoyo tan profundo. Jamás abrí puertas como esa. A la luz, no hay vísceras suficientes para agarrar el pomo de puertas como aquella. Despierto, es imposible mirar a la cara de un rostro tan desfigurado como el de la verdad. Ha de ser entre tinieblas, desconcertado, como se accede a tales abismos, como se descubren tales tesoros. Como el que tapa la herida del soldado desahuciado, nuestra consciencia pone un trapo sobre los desgarros más horribles. Rápido se torna rojo, pues la sangre termina traspasando y empapando cualquier cosa mientras uno vive, mientras ésta fluye. Y es esa precisamente la última esperanza del soldado. Si cala el trapo, es que sigue aquí. Si un sueño te destroza de tristeza, es porque sigues teniendo opción. Opción de soñar. Opción de oler. Opción de abatir a otro enemigo o de ver firmada la paz. Incluso opción de rendirte. En cualquier caso, ¿es necesario acceder a tales desvelos para continuar? Tan rotundo y cristalino como que si uno se desangra es porque su sangre aún está caliente. Tan obvio y pueril como que si uno se muere es porque está vivo.

Y ese Olor volvió. Y me dio igual su cara. Ese Olor volvió y no importaba de quién. Ese Olor volvió y dije Sí y dije No. Este Olor volvió tan sólo unas horas después de aquel Dolor. Ahora que sé cómo huele, sólo me queda seguir el rastro ya que sólo una letra gorda y perezosa nos separa. Y es que no hay velo, no hay trapo, que pueda ocultar el Olor de la sangre.

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